[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.Si ciertas cosas se pagaran conoro.Álvaro Luis Gonzaga de la Marca y Álvarez de Sidonia, conde de Guadalmedina, grande de España,confidente del Rey nuestro señor, admirado por las damas de la Corte y envidiado por no pocos gentileshombres de la mejor sangre, le dirigió a Diego Alatriste una mirada cómplice, de amistad sincera, que nadiehubiera creído posible entre un hombre de su calidad y un oscuro soldado que, lejos de Flandes y de Nápoles,se ganaba la vida como espadachín a sueldo. ¿Tiene vuestra merced lo que le pedí?  preguntó Alatriste.Se ensanchó la sonrisa del conde. Lo tengo  había dejado la pipa a un lado, sacando de su jubón un pequeño paquete que entregó al capitán.Helo aquí.Otro menos íntimo que Don Francisco de Quevedo habríase sorprendido de la familiaridad entre elaristócrata y el veterano.Era notorio que Guadalmedina había recurrido más de una vez al acero de DiegoAlatriste para solventar asuntos que requerían buena mano y pocos escrúpulos, como la muerte delmarquesito de Soto y algún otro lance al uso.Pero ello no significaba que quien pagare contrajese obligacióncon el contratado; y mucho menos que un grande de España, que además tenía posición en la Corte,anduviese de correveidile en asuntos de Inquisición, por cuenta de un Don nadie cuya espada podía comprarcon sólo sacudir la bolsa.Pero, como bien sabía el señor de Quevedo, entre Diego Alatriste y Álvaro de laMarca había algo más que turbios negocios resueltos en común.Casi diez años atrás, siendo Guadalmedinaun boquirrubio que acompañaba a las galeras de los virreyes de Nápoles y Sicilia en la jornada desastrosa delas Querquenes, habíase visto apurado cuando los moros cayeron sobre las tropas del Rey católico mientrasvadeaban el lago.El duque de Nocera, con quien iba Don Álvaro, había recibido cinco terribles heridas; y detodas partes acudían alarbes con alfanjes, picas y mucho tiro de arcabuz.De manera que a poco todo fuemortandad para los españoles, que terminaron peleando no ya por el Rey sino por sus vidas, matando para nomorir, en una espantosa retirada con el agua por la cintura.Aquello, según contaba Guadalmedina, era yacuestión de cenar con Cristo o en Constantinopla.Cerróle un moro, y perdió él la espada al clavársela, demodo que el siguiente le dio dos golpes de alfanje cuando se revolvía buscando su daga en el agua.Y yaveíase muerto, o esclavo  más lo primero que lo segundo cuando unos pocos soldados que aún resistían engrupo dándose ánimos con gritos de «España, España» y cuidándose unos a otros, oyeron sus demandas deauxilio pese a la escopetada, y dos o tres se vinieron a socorrerlo chapoteando en el barro, acuchillándosemuy por lo menudo con los alarbes que lo rodeaban.Uno de aquellos era un soldado de enorme mostacho yojos claros, que tras abrirle la cara a un moro con la pica se pasó un brazo del joven Guadalmedina sobre loshombros y llevólo a rastras por el fango rojo de sangre, hasta los botes y las galeras que estaban frente a laplaya.Y todavía allí hubo que reñir, con Guadalmedina desangrándose sobre la arena, entre arcabuzazos ysaetas y golpes de alfanje, hasta que el soldado de los ojos claros pudo por fin meterse con él en el agua y,cargándolo a la espalda, llevarlo hasta el esquife de la última galera, mientras atrás sonaban los alaridos delos infelices que no habían logrado escapar, asesinados o hechos esclavos en la playa fatídica.Aquellos mismos ojos claros estaban ahora frente a él, en el garito de Juan Vicuña.Y  como ocurre contadasveces, pero siempre en ánimos generosos los años transcurridos desde la jornada sangrienta no habíanhecho que Álvaro de la Marca olvidara su deuda.Que aún fue más puesta en razón cuando conoció que elsoldado a quien debió la vida en las Querquenes, al que sus camaradas llamaban con respeto capitán, sinserlo, habíase batido también en Flandes bajo las banderas de su padre, el viejo conde Don Fernando de laMarca [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • szamanka888.keep.pl