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.Bean la estaba esperando.Con globos.La condujeron a la zona de recepción.Al principio ella no reparó en él, porque estaba entretenidahablando con el doctor.Cosa que a él no le importó.Quería mirarla, a esta mujer que ahora mismo podíallevar dentro a su hijo.Parecía tan pequeña.Recordó que tuvo que mirar hacia arriba la primera vez que la vio en la Escuela de Batalla.Una niña.algo raro en un lugar que buscaba agresividad y cierto grado de implacabilidad.Para él, un recién llegado,el niño más joven admitido jamás en la escuela, ella le pareció tan dura, tan fría, la quinta esencia delmatón, bocazas y beligerante.Todo era pretensión, pero necesaria.Bean había visto de inmediato que ella se daba cuenta de las cosas.Reparó en él, para empezar, no condiversión o sorpresa como los otros niños, que sólo podían ver lo pequeño que era.No, ella claramente lededicó sus pensamientos, lo encontró intrigante.Advirtió, tal vez, que su presencia en la Escuela de Batallacuando era tan claramente menor implicaba algo interesante en él.Fue en parte esa tendencia en Petra lo que hizo que Bean se volviera hacia ella: el hecho de que fuerauna niña la convertía casi tanto en una marginada como él estaba condenado a serlo.Petra había crecido desde aquellos días, naturalmente, pero Bean había crecido muchísimo más, y ahoraera más alto que ella.No se trataba sólo de altura.Él había sentido bajo sus manos la caja torácica de ella,tan pequeña y frágil, o eso parecía.Sintió como si siempre tuviera que ser amable con ella, o podríainadvertidamente romperla entre sus manos.¿Se sentían igual todos los hombres? Probablemente no.Para empezar, la mayoría de las mujeres noeran tan livianas como Petra, y además, la mayoría de los hombres dejaban de crecer cuando llegaban acierto punto.Pero las manos y pies de Bean seguían siendo desproporcionadas para su cuerpo, como lasde un adolescente, de manera que aunque ahora era un hombre alto, estaba claro que su cuerpo pretendíacrecer más todavía.Sus manos eran como zarpas.Las de ella parecían perdidas dentro de las suyas, comolas de un bebé.¿Cómo me parecerá entonces cuando nazca el bebé que lleva en sus entrañas? ¿Podré acunarlo en unamano? ¿Habrá peligro de que le haga daño? No soy tan bueno con mis manos hoy en día.Y para cuando el bebé sea lo bastante grande y robusto para que yo pueda manejarlo con seguridad, yaestaré muerto.¿Por qué consentí en hacer esto?Oh, sí.Porque amo a Petra.Porque ella quiere tanto a mi bebé.Porque Anton nos contó una historia cursiy retorcida sobre cómo los hombres ansían el matrimonio y una familia aunque no les preocupe el sexo.Ella lo vio entonces, y advirtió los globos, y se echó a reír.Él se rió también y se acercó y le entregó los globos. Los maridos no suelen regalar globos a sus mujeres  dijo ella. Pensé que tener implantado un bebé era una ocasión especial. Supongo que sí, cuando se hace profesionalmente.La mayoría de los bebés son implantados en casapor aficionados, y las esposas no reciben globos. Lo recordaré y trataré de tener siempre unos cuantos a mano.Él caminó junto a ella mientras un enfermero empujaba su sillita de ruedas hacia la entrada. ¿Adónde me conseguiste el billete?  preguntó ella. Te conseguí dos  dijo Bean.Líneas aéreas distintas, destinos distintos.Más este billete de tren.Sialguno de los dos vuelos te da mala impresión, aunque no puedas decidir por qué sientes recelos, no locojas.Ve a la otra línea aérea.O sal del aeropuerto y coge el tren.El billete de tren es un kilométrico, asíque puedes ir a cualquier parte. Me malcrías. ¿Qué crees?  preguntó Bean.¿Se enganchó el bebé a la pared uterina? No estoy equipada con cámaras internas  dijo Petra , y carezco de los nervios pertinentes para podersentir si unos fetos implantados, microscópicamente pequeños, empiezan a desarrollar placenta.77 Marionetas de la sombra Orson Scott Card Es un diseño muy pobre  dijo Bean.Cuando esté muerto, tendré unas palabritas con Dios alrespecto.Petra dio un respingo. Por favor, no bromees con la muerte. Por favor, no me pidas que me ponga serio. Estoy embarazada.O podría estarlo.Se supone que tengo que salirme siempre con la mía.El enfermero que empujaba la silla de ruedas de Petra empezó a dirigirla hacia el primer taxi de la fila.Bean lo detuvo. El conductor está fumando  dijo Bean. Lo apagará  respondió el enfermero. Mi esposa no va a subir a un taxi con un conductor cuyas ropas desprendan residuos de humo decigarrillos.Petra lo miró con extrañeza.Él alzó una ceja, esperando que ella advirtiera que no se trataba del tabaco. Es el primer taxi en la fila  dijo el enfermero, como si fuera una inevitable ley de la física que el primertaxi de la fila tenía que ser el que recibiera a los siguientes pasajeros.Bean miró a los otros dos taxis.El segundo conductor lo miró, impasible.El tercero sonrió.Parecíaindonesio o malayo, y Bean sabía que en su cultura una sonrisa era un puro reflejo cuando te encontrabascon alguien más grande o más rico que tú.Sin embargo, por algún motivo, no sentía la desconfianza hacia el conductor indonesio que sentía hacialos dos conductores holandeses que tenía delante.Así que empujó la silla de ruedas hacia el tercer taxi.Bean preguntó y el conductor dijo que sí, que era deJakarta [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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