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.En sus últimos meses había logrado comunicarse con élen frases de latín rudimentario.Cuando nació el hijo de Aureliano y Pilar Ternera y fue llevado ala casa y bautizado en ceremonia íntima con el nombre de Aureliano José, Remedios decidió quefuera considerado como su lujo mayor.Su instinto maternal sorprendió a Úrsula.Aureliano, porsu parte, encontró en ella la justificación que le hacía falta para vivir.Trabajaba todo el día en eltaller y Remedios le llevaba a media mañana un tazón de café sin azúcar.Ambos visitaban todaslas noches a los Moscote.Aureliano jugaba con el suegro interminables partidos de dominó,mientras Remedios conversaba con sus hermanas o trataba con su madre asuntos de gentemayor.El vínculo con los Buendía consolidó en el pueblo la autoridad de don Apolinar Moscote.Enfrecuentes viajes a la capital de la provincia consiguió que el gobierno construyera una escuelapara que la atendiera Arcadio, que había heredado el entusiasmo didáctico del abuelo.Logró pormedio de la persuasión que la mayoría de las casas fueran pintadas de azul para la fiesta de laindependencia nacional.A instancias del padre Nicanor dispuso el traslado de la tienda deCatarino a una calle apartada, y clausuró varios lugares de escándalo que prosperaban en elcentro de la población.Una vez regresó con seis policías armados de fusiles a quienes encomendóel mantenimiento del orden, sin que nadie se acordara del compromiso original de no tener gentearmada en el pueblo.Aureliano se complacía de la eficacia de su suegro.«Te vas a poner tangordo como él», le decían sus amigos.Pero el sedentarismo que acentuó sus pómulos yconcentró el fulgor de sus ojos, no aumentó su peso ni alteró la parsimonia de su carácter, y porel contrario endureció en sus labios la línea recta de la meditación solitaria y la decisiónimplacable.Tan hondo era el cariño que él y su esposa habían logrado despertar en la familia deambos, que cuando Remedios anunció que iba a tener un hijo, hasta Rebeca y Amaranta hicieronuna tregua para tejer en lana azul, por si nacía varón, y en lana rosada, por si nacía mujer.Fueella la última persona en que pensó Arcadio, pocos años después, frente al pelotón defusilamiento.Úrsula dispuso un duelo de puertas y ventanas cerradas, sin entrada ni salida para nadie comono fuera para asuntos indispensables; prohibió hablar en voz alta durante un ano, y puso eldaguerrotipo de Remedios en el lugar en que se veló el cadáver, con una cinta negra terciada yuna lámpara de aceite encendida para siempre.Las generaciones futuras, que nunca dejaronextinguir la lámpara, habían de desconcertarse ante aquella niña de faldas rizadas, botitasblancas y lazo de organdí en la cabeza, que no lograban hacer coincidir con la imagen académicade una bisabuela.Amaranta se hizo cargo de Aureliano José.Lo adoptó como un hijo que habíade compartir su soledad, y aliviarla del láudano involuntario que echaron sus súplicas desatinadasen el café de Remedios.Pietro Crespi entraba en puntillas al anochecer, con una cinta negra en elsombrero, y hacía una visita silenciosa a una Rebeca que parecía desangrarse dentro del vestidonegro con mangas hasta los puños.Habría sido tan irreverente la sola idea de pensar en unanueva fecha para la boda, que el noviazgo se convirtió en una relación eterna, un amor decansancio que nadie volvió a cuidar, como si los enamorados que en otros días descomponían laslámparas para besarse hubieran sido abandonados al albedrío de la muerte.Perdido el rumbo,completamente desmoralizada, Rebeca volvió a comer tierra.De pronto cuando el duelo llevaba tanto tiempo que ya se habían reanudado las sesiones depunto de cruz- alguien empujó la puerta de la calle a las dos de la tarde, en el silencio mortal delcalor, y los horcones se estremecieron con tal fuerza en los cimientos, que Amaranta y susamigas bordando en el corredor, Rebeca chupándose el dedo en el dormitorio, Úrsula en lacocina, Aureliano en el taller y hasta José Arcadio Buendía bajo el castaño solitario, tuvieron laimpresión de que un temblor de tierra estaba desquiciando la casa.Llegaba un hombredescomunal.Sus espaldas cuadradas apenas si cabían por las puertas.Tenía una medallita de laVirgen de los Remedios colgada en el cuello de bisonte, los brazos y el pecho completamentebordados de tatuajes crípticos, y en la muñeca derecha la apretada esclava de cobre de los niños-en-cruz.Tenía el cuero curtido por la sal de la intemperie, el pelo corto y parado como las crinesde un mulo, las mandíbulas férreas y la mirada triste
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